viernes, 18 de diciembre de 2009

Pequeña Linda Rosa

Bueno, este es mi primer poema, así que no seais demasiado críticos, vale...???
xDDDDD
Dedicado a todos aquellos que saben hablar sin necesidad de pronunciar palabra alguna...



Pequeña linda rosa,

Oculta entre los matojos,

Insignificante para algunos,

Lo eres todo para mis ojos.


Creces lenta y quebradiza,

Con un minúsculo palpitar,

Y cae una lágrima advenediza

De entre tus pétalos de cristal.


¡Oh linda rosa que creces entre heno!

De frágil corazón y coraje de león,

Eres incapaz de aceptar una rendición.

Ningún obstáculo basta, ningún no es suficiente,

Para obligarte a renunciar,

Definitivamente.


¡Oh linda rosa ocupas todos mis pensamientos!

Pero aquello que tanto anhelas,

No pertenece a mis sentimientos.


Así como te aferras tú a vivir,

Me aferro yo a mi libertad de elegir.

Como bien sabes, la razón…

Pocas veces sigue la senda del corazón.

martes, 15 de diciembre de 2009

Un camino sin rumbo ni retorno...

Hoy, recostado sobre la cama, he estado pensando en el futuro. Ahora mismo no me va mal el trabajo, los estudios no me resultan excesivamente complicados... Y aún así, ¿qué me espera a la vuelta de la esquina?
De niños se nos dice siempre: "Recuerda... Trabaja en lo que quieras, siempre que te haga feliz." No obstante, nos lo plantean como algo muy lejano, nos engañan al decirnos que tenemos muchos años para elegir.
Los años, sin embargo, se escurren como granitos de arena entre los dedos. Transcurren tan deprisa que apenas eres capaz de darte cuenta. Y en un momento dado, acabas echando de menos todo lo que dejaste atrás... la libertad, la despreocupación...
Cuando eres niño te parece disponer de todo el tiempo del mundo... Sin embargo, cuando eres adulto, apenas encuentras un minuto para respirar, de entre todas las cosas que llegas a tener que hacer.
Supongo que es ley de vida. Conforme crecemos, llegan ciertas ventajas, como acostarse tarde, tener libertad para salir, ver pelis de terror... Pero, como no, vienen también los inconvenientes y las responsabilidades, algo de lo que no te hablan cuando eres pequeño. Es entonces, según mi opinión, cuando en realidad somos más libres.

Luego llega la adolescencia, una senda hacia el mundo adulto que no tiene vuelta atrás, además de con pocas paradas para repostar.
Y es cuando te empiezas a liar en cosas aparte de tus estudios y de tí mismo: trabajo para sacar unos ahorrillos, diferentes grupos de amigos, quizás una novia, además de otro tipo de actividades extraescolares...

Surge el estrés y te sientes como si fueras un muñeco de trapo del que un corro de niños estiran simultáneamente tratando de acapararlo para sí.

¿Cómo no asustarse? ¿Cómo no añorar los buenos tiempos de la niñez?

Y luego, aún peor, llega el momento de la verdad. Si por la falta de tiempo, no has podido apenas estudiar tus exámenes, suspendes, tu vida tropieza con un guijarro, y te caes de bruces.

Un año perdido... ¿Qué más dará?

Al final, transcurre otro más. Te liberas de alguno de ésos niños que te oprimen con la esperanza de mejorar, y poder elegir tu propio futuro. Y lo consigues, claro que sí.

Tienes la baraja en la mano. Ahora bien, ¿Qué carta elegirás?

Sendas. Sendas. Mil y un caminos se abren en abanico ante ti. Y pobrecito tú, que no sabes qué elegir.

lunes, 7 de diciembre de 2009

Gotas de lluvia

Hoy estaba esperando a mi madre en el parking de un supermercado, sentado sobre el asiento del copiloto junto a mi padre, viendo la gente pasar, yendo y viniendo sin parar, abrumados y acelerados, mientras sostenían con firmeza sus endebles paraguas y sus más que repletas bolsas de la compra, procurando no acercarse en exceso a la carretera, por temor a ser salpicados.
La radio estaba sintonizada en alguna de las muchas emisoras nacionales, y la voz del locutor, junto con la música a tope de volumen en mis oídos, eran lo único que tenuemente quebraba la tensa atmósfera de silencio forzado entre los dos.

Dando un profundo suspiro, he entornado los ojos para centrar mi mirada en el cristal del parabrisas en vez de lo que acontecía en el exterior. Estaba lloviendo con mucha fuerza, el agua discurría sobre el cristal como un suave y hermoso velo, interrumpido una y otra vez por el intermitente pulsar de mi padre sobre el botón del limpiaparabrisas, cuyo amplio movimiento circular, era, junto con el impacto repetido de los goterones, sumamente hipnótico.

Sin poder evitarlo, me he imaginado como una de esas diminutas gotas de lluvia, trazando un nuevo rumbo interrumpido por el choque contra el cristal.