jueves, 14 de octubre de 2010

Mentira

Muchas veces me pregunto… ¿Por qué mentimos?

La respuesta parece simple pero no lo es para nada. La mentira es un asunto complejo. Todos tenemos claro, desde el momento en que nuestros labios se abren para contar una mentira, que tarde o temprano nos acabarán pillando. Aún así, la gente no deja de hacerlo. ¿Por qué nos sentimos obligados a esconder la verdad?

Unos mienten por su deseo de encajar, de sentirse parte de un conjunto al cual, por su parte, no le importa lo más mínimo ninguno de esos individuos.

Otros mienten por amor, porque temen perder a la persona amada, o temen sus represalias.

Otros mienten por vergüenza, por la propia terquedad a reconocer que todo ser humano comete errores.

Otros mienten por comodidad, porque resulta sencillo, en ocasiones mucho más que admitir la verdad.

Otros mienten por desprecio, por venganza hacia una persona, que en la mayoría de ocasiones no ha hecho nada para ganarse su enemistad.

Otros mienten por miedo, por instinto, porque sienten que es su única vía de escape antes que enfrentarse a la terrorífica verdad.

Mentir es adictivo. Cuando coges práctica, se hace tan fácil como respirar. Pero de lo que muchas veces no nos damos cuenta, es que cada mentira lleva a otra, y ésta a otra, y así sucesivamente… Pronto ya no tenemos una mentirijilla, sino una descomunal red de embustes, que se ciñe a nuestro alrededor como una jaula inmensa.

Somos presos de nuestras mentiras. Y más si éstas son conocidas por otra persona.

***

miércoles, 6 de octubre de 2010

Hola, soy yo… ¿Estás ahí?

Sentado junto al ordenador, cierro los ojos y pienso. Los abro y los vuelvo a cerrar. Y así hasta tres veces. No consigo focalizar bien mi mirada, así que la bajo al teclado y escribo sin realmente ver a través de mis pupilas:

Hoy ha sido un día muy extraño.

Me ha pasado algo que no sé explicar. Algo diferente a cualquier cosa que me haya podido pasar. Y ésto me ha hecho reflexionar. Reflexionar acerca de la vida, del ir y venir que supone, de la continua adaptación que estamos sufriendo, cada uno de nosotros y la sociedad en su conjunto. ¿A dónde va mi camino? ¿Qué sentido tiene recorrer una senda que nunca acaba hasta que te mueres? Me gustaría conocer la respuesta a éstas preguntas. Pero desearía más poder entenderla si la recibiese. Porque es posible que un día, aunque no lo sienta, aunque sea del todo incapaz de verla o de percibirla, ésta se materialice ante mis ojos. ¿Cómo saberlo? ¿Cómo distinguir una verdad de apenas un sueño?

En ocasiones me miro al espejo, y no reconozco a la persona que me devuelve la mirada desde el cristal. He cambiado, he evolucionado, como todos hemos hecho y seguiremos haciendo. No obstante, añoro partes de mí que he perdido por el camino. Pedazos de mí mismo que me hacían especial. Diferente a los demás. ¿Y qué soy ahora? Sólo una sombra de lo que fui. Sólo un difuso rostro más en la multitud. Alguien que no es capaz de destacar. Incapaz de llamar la atención de nadie.

Quiero llorar pero mis ojos están secos como el cálido desierto. Quiero enfadarme, pero no tengo motivos para ello. Lo único que me queda es ésta indiferencia que caracteriza a los miembros de nuestra sociedad. Indiferencia que cada vez cobra más fuerza, se extiende como una plaga, contagiando a todo el mundo sin perdonar a nadie. Y ¿acaso alguien quiere salvarse?

Todos actuamos, somos muñecos, títeres. Personajes fabulosos que sonríen y son felices durante la función; pero que se quiebran como juguetes rotos una vez que se apagan los focos. Somos presos de nuestros sueños, esclavos de nuestros deseos. ¿De qué sirve vivir si es a éste precio?

Dedicado para ti, espero que me cuentes la verdad. De veras necesito conocerla.

Hola, soy yo… ¿Estás ahí?